Hoy, caminando por el bosque le sonreí a un árbol y a continuación sentí una alegría interior profunda. Animado, le sonreí a otro árbol y mi vibración interna se elevó aún más.
Seguí jugando a este juego y de repente, se desveló en mi mente: «sonríele a la vida y la vida te sonreirá.
Un profundo agradecimiento estremeció mi cuerpo.
Llevo tiempo que no le sonrío a la vida, no cualquier sonrisa sino la sonrisa íntima, que nace del alma y sintoniza con la unidad de la vida, lo había olvidado. Seguí con mi paseo y reconocí la piedra, reconocí la planta, reconocí al pájaro, reconocí al árbol y a medida que me adentraba en ello más vivo me sentía. Reconocía la vida y al hacerlo, me reconocía a mí como expresión de vida. Reconozco el alma que habita mi cuerpo y el amor que surge cuando lo hago.
Creo que el origen profundo de la enfermedad, del sufrimiento y de la angustia humana es el reflejo de un olvido. De olvidar de quiénes somos en esencia. En mi experiencia así lo reconozco.
La etimológía de la palabra olvidar hace referencia a ponerse denso, oscuro. Realmente cuando vivimos en el olvido vivimos en la oscuridad y en la densidad.
Hoy en compañía de una maravillosa presencia he recordado. «Re-cordar» volverse a unir.
Y no contaría todo esto si mi propósito de vida no fuera ayudar a otros a re-cordar. Puesto que sí es mi propósito, aquí dejo estas palabras por si a alguien le resuena o sirven de puente para conocernos.
Este mes de septiembre hace 11 años que inicié mi trabajo con el juego y el desarrollo humano. No imaginé entonces lo profundo e importante que es que volvamos a jugar. La alegría que nos trae el juego a nuestras vidas es una de las vías, aún poco exploradas, para salir del olvido y reencontrarnos con nuestra esencia.
Gracias
Enrique Aguilar